
La maldad hay que atajarla temprano. A nadie le interesa si Hitler, Stalin, Pinochet o Fidel Castro fueron o no queridos por su mamá cuando estaban chiquitos.
Los malos suelen ser manipuladores y ya sabemos el peligro que corre la humanidad cuando un malvado logra llegar al poder, porque, increíblemente, consigue activar en algunas personas, por medio del fanatismo político o religioso sectario, ese lado maluco que todos tenemos reprimido, es como si un diabólico maleficio se apoderara de seres que deberían ser buenos.
Un caso emblemático ocurrió en la culta Alemania de 1939, cuando un malo enajenado, con una doctrina supuestamente nacional y socialista, hizo que murieran 60 millones de personas y destruyeran la mitad de Europa.
Al día siguiente de terminada la guerra, los alemanes despertaron bañados en sangre y todos se preguntaban por qué se habían convertido en seres tan malvados, si ellos, hasta hace unos pocos años atrás, habían sido buenos.
Mosca con la maldad inducida, porque conspira con las ganas que, naturalmente, tenemos todos de hacer el bien.
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